Retaguardia
Mar 18, 2023Laura y Fernando se veían desde hacía más de ocho meses. Tenían una relación basada solo en el sexo. Se divertían mucho, las noches estaban repletas de charlas, vino t, cigarrillos y mucho sexo.
Probaron de todo: un vibrador morado que a Laura le parecía espectacular, vendas en los ojos, esposas, fustas, aceites, posiciones, un consolador que parecía demasiado a primera vista, ropa sexy, bolas chinas, anillos, dados -aunque los frustraban-, una máscara de lucha libre, fundas para los dedos y sexo anal.
Lo que más le gustaba a Laura era el sexo anal. Hacía mucho tiempo se había quitado de la mente los típicos prejuicios y todos esos mitos alrededor del sexo que desde muy pequeña habían implantado en su cabeza. Después de cumplir veinticinco se decía siempre que tenía que vivir su sexualidad de una manera libre y eso incluía probar de todo. Por algún motivo, Fernando le infundia mucha confianza y con él pudo hacer lo que hasta ese momento no había hecho con nadie.
Casi siempre terminaba más fácil si estaba arrodillada en la cama, para ella esa pose era la mejor. Tenía unas nalgas potentes, grandes y su movimiento era de infarto, se sentía muy segura así.
Fernando tenía la costumbre de hacerle muchas caricias y tocarla para sentir cuán mojada estaba. Cualquier cosa que él le hiciera la encendía más, Tenía unos espasmos chiquitos que la hacían gemir cada tanto, Le gustaba cuando él apretaba sus nalgas, lo volteaba a mirar y se calentaba más al verle la cara de pasión y gusto.
«Tómame por el culón, era su pedido cada vez que se velan. Él nunca le hizo daño y ella se sentía plena. Cada vez que la penetraba empezaba a tocar su clítoris y se venía delicioso. Siempre decía «me voy a venir» y él con más intensidad arremetía contra el poderoso trasero.
Después de cada encuentro, lo único que pensaba Laura, era:
«¡Por qué tanto misterio con eso?, ¿por qué a la gente le da tanto miedo probar?».
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